sábado, agosto 13

Marino

Unos labios como ostras que dejan entrever una perla rosada cuando sonríen. 
Y yo, buzo de vez en cuando, me arriesgo y me sumerjo. 
Bajo el mar es todo delicia, cada movimiento lleno de reflejos azules y morados, se siente una presión de medusas, y flotamos dentro de una gran burbuja de almíbar marino. 
De pronto, me falta el aire, mi boca no se ha despegado de la búsqueda del tesoro. Podría morir en este instante, y sería maravilloso. O podrían aparecerme agallas para resistir eterno e inmortal aquí abajo. 
Una corriente cálida me abraza y me expulsa a la superficie. Una ola me mece hasta la playa de arena suave, y me tiendo a descansar. 
Pero no hay ostra que resista fuera del agua, ahora es una sirena, que me devuelve la vida con un soplo de mar. Escamas moradas me hacen soñar, la plenitud del océano se hace mujer, y no me queda otro camino que navegar.
Así, tomo timón y remo, levanto mi vela al aire, y afronto el vendaval. 
No hay horas de navegación que te aseguren, siempre está el riesgo de naufragar. Pero no temo, es más: ese vértigo brutal de lanzarme cubierta abajo y ser devorado por alguna boca de mar, me llama y me ancla al deseo, como canto de libertad. 
Al fin salvo, tomo otro rumbo y llego al ancho río que baja desde esa boca. Remonto rocas y escollos, bajo por un cuello dulce y descanso sobre las dos colinas que escoltan el camino. No tomaré siesta, tengo que completar el rumbo.
Desciendo conquistando lugares, armando una geografía sobre su cuerpo. Desenterrando tesoros, enterrando secretos, navego hasta las confines de su torso. Encallo cerca de la desembocadura, donde se confunde el dulce y el salado. Me detengo a besar el delta, buscando una península segura. Quizás descubra el secreto de esa agua profunda.



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